Joan W. Scott: el género como categoría para el análisis histórico
Los historiadores americanos suelen empezar el año, como hemos
anunciado, con su reunión anual. En esos primeros días, los allí
reunidos despliegan una frenética actividad en todos los órdenes. El
resto de asociados se solazan con las fiestas y repasan el último número
de la American Historical Review, una publicación que aparece cada dos meses y cuyo último número corresponde a diciembre de 2008.
En esta ocasión, el tema central, lo que llaman el AHR Forum, está dedicado con toda justicia a Joan W. Scott: “Revisiting Gender: A Useful Category of Historical Analysis”.
- Introduction A History of “Gender”, a cargo de Joanne Meyerowitz, profesora de History and American Studies en Yale
- A Paradigm of Our Own: Joan Scott in Latin American History, de Heidi Tinsman, historiadora de la UCI
- An Archipelago of Stories: Gender History in Eastern Europe, por Maria Bucur-Deckard, profesora asociada en Indiana
- The Three Ages of Joan Scott, de Dyan Elliott, historiadora de la Northwestern
Chinese History: A Useful Category of Gender Analysis, por Gail Hershatter (UCSC) y Wang Zheng (- Joan W. Scott
Y, para concluir, Unanswered Questions, el texto de la misma
Bien. Por si alguien no tiene acceso a ese número, les ofrezco algunos párrafos de este último artículo:
Cuando presenté mi artículo sobre el “Género” a la AHR en 1986, su
título era “¿Es el género una categoría útil para el análisis
histórico?” Los editores me hicieron cambiarlo, poniendo el título en
modo afirmativo, porque, según me dijeron, las interrogaciones no
estaban permitidas para rotular un artículo. Diligentemente, cumplí con
esa convención, aunque pensé que con la revisión perdía cierta fuerza
retórica. Unos veinte años más tarde, los artículos preparados para este
foro parecen responder afirmativamente a la pregunta, y lo hacen con
una rica variedad de ejemplos extraídos de las últimas investigaciones
históricas . Al mismo tiempo, sugieren que las cuestiones de género
nunca han sido respondidas por completo y, de hecho, quiero insistir en
que el término género sólo es útil como pregunta.
He leído los artículos, de modo que no sería de gran ayuda recordar
los ceños fruncidos que saludaron la presentación inicial de mi
ensayo, en un seminario en el Instituto de Estudios Avanzados en el
otoño de 1985. Los historiadores de Princeton acudieron a oírme
hablar -mi primera intervención como nueva integrante del Instituto–
y los profesores, todos varones, estaban consternados. Con los brazos
cruzados con fuerza sobre sus pechos, se mostraban a sí mismos tan y
tan lejos en sus sillas que se quedaron sin palabras. Más tarde, me
llegaron algunos de sus comentarios por boca de algunas de mis amigas
y colegas. Eso es filosofía, no historia, manifestaba Lawrence Stone a
quien quisiera escucharle. Me ahorré las reacciones más negativas,
que eran evidentes en ese silencio ensordecedor. Evidentemente, la
academia no estaba lista ni para el género ni para la
teoría posestructuralista que me había servido para formular esas
ideas. Estaba conmocionada, pero impertérrita, pues pensar en estas
nuevas formas era demasiado interesante como para devolverme a la
historia ortodoxa.
En las reunión de la American Historical Association de diciembre, la
reacción al texto fue totalmente diferente: las respuestas de las
feministas, de quienes se ocupaban de la historia de las mujeres, así
como de nuestro creciente grupo de seguidores, fueron críticas pero
comprometidas. Estaba dando voz –no inventando– a algunas de las ideas y
preguntas que el movimiento feminista había planteado, buscando formas
de convertir las cuestiones políticas en históricas. El ensayo era una
amalgama de dos tipos de influencias procedentes, por un lado, de la
historia y, por otro, de la literatura. Desde la historia, era
producto de esas tempranas e increíbles Berkshire Conferences on the History of Women
de la década de los setenta. Fue allí donde escuché por primera vez
mencionar las cuestiones de género, en una conversación con Natalie
Zemon Davis, quien nos recordó que “la mujer” siempre se definía en
relación con los hombres. “Nuestro objetivo”, dijo, “es comprender la
importancia de los sexos, de los grupos de género en el pasado
histórico. Nuestro objetivo es descubrir la gama de roles sexuales y
del simbolismo sexual en distintas sociedades y épocas, para averiguar
qué significado tienen y cómo funcionan para mantener el orden social o
para promover el cambio ” (“Women’s History’ in Transition: The European Case”, Feminist Studies
3, no. 3–4, 1976, pág. 90). Del lado literario, era resultado del
tiempo que pasé en la Brown University a principios de los ochenta,
trabajando con feministas desde el posestructuralismo y la crítica
psicoanalítica, como Elizabeth Weed, Naomi Schor, Mary Anne Doane y
Ellen Rooney. Ellas me enseñaron cómo pensar operando de forma
productiva con la idea de diferencia, a comprender que las diferencias
de sexo no estaban establecidas de forma natural, sino que se habían
generado a través del lenguaje, y me enseñaron también a analizar el
lenguaje como algo volátil, como un sistema mudable cuyos significados
no pueden ser fijados de una vez por todas.
Creo que es justo que las autoras de los artículos que componen este forum nos
recuerden que no fui yo la que dio origen al concepto de género, ni
siquiera entre los historiadores, y que mi papel fue el de ocupar un
lugar en el que convergían varias líneas de pensamiento. “Joan Scott”
no es, desde esta perspectiva, una persona, sino un marcador, la
representante de un esfuerzo colectivo en el que yo (Joan Scott, la
persona) sólo era una parte. Probablemente esa sea la razón por la que
el artículo ha perdurado: había una resonancia familiar, incluso para
los lectores que no estaban de acuerdo con todos sus argumentos y que no
tenían intención de seguir sus sugerencias. Estableció algunos
términos con los que hemos tenido que lidiar, algunas teorías con las
que nos hemos tenido comprometer y, sobre todo, captó algo de la
excitación de aquellos tiempos: un camino más allá de las ideas que se
ha convertido en sofocante o rancio, abriéndonos a diversos
conocimientos que aún teníamos que producir. Hablar de “Género” es
plantearse problemas históricos, no es un programa ni un tratado
metodológico. Es sobre todo una invitación a pensar críticamente acerca
de cómo los significados de los cuerpos sexuados se producen, se
despliegan y cambian; y eso, a fin de cuentas, es lo que explica su
longevidad. (…) El “lenguaje de género” no se puede codificar en los diccionarios,
ni su significado puede ser fácilmente asumido o traducido. No se reduce
a ninguna cantidad conocida de lo masculino o femenino, de hombre o
de mujer. Es precisamente ese significado particular el que necesitamos
separar en los materiales históricos que examinamos. Cuando el género
es una pregunta abierta sobre cómo se establecieron esos sentidos, lo
que significaban y en qué contextos, sigue siendo una categoría útil
para el análisis histórico. Tal vez aquella pregunta, la que tuve que
quitar en el título del artículo de la AHR, tendría que haberse
mantenido después de todo, aunque sólo fuera para recordarnos que el
género es una pregunta que sólo se responde gradualmente a través de
las investigaciones de los estudiosos, los historiadores entre ellos”.
Hasta aquí. Aprovechemos la ocasión para citar el último libro de
Scott, que crítica la norma francesa de 2004 que prohibía la
manifestación externa de la filiación religiosa: The Politics of the Veil (PUP, 2007, 208 págs).
La autora sostiene que la ley es un síntoma dl e fracaso de Francia a
la hora de integrar a sus antiguos colonizados como ciudadanos de pleno
derecho. Analiza asimismo la larga historia de racismo que hay tras la
ley, así como las barreras ideológicas que se levantan contra la
asimilación musulmana. Por supuesto, subraya las conflictivas
aproximaciones a la sexualidad que se sitúan en el centro del debate –
cómo los partidarios franceses de la prohibición ven la apertura
sexual como el estándar de la normalidad, la emancipación y la
individualidad, mientras el pudor sexual implícito en el pañuelo sería
prueba de que los musulmanes nunca pueden ser plenamente franceses.
Scott sostiene que la norma, alejada de la conciliación religiosa y las
diferencias étnicas, sólo las exacerba. Muestra cómo la insistencia en
la homogeneidad ya no es viable para Francia – ni para Occidente en
general- y cómo crea el auténtico “choque de civilizaciones” que se
dice que constituye la raíz de estas tensiones.
El volumen no tuvo una gran repercusión, pero al menos podemos citar un par de reseñas, una recogida en un medio francés y otra en uno anglosajón.
Fuente: Clionauta Blog de historia, Archivo de enero 2009
Fuente: Clionauta Blog de historia, Archivo de enero 2009
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