Los awá: una etnia colombiana en peligro de extinción
Más de 3.000 awá se han visto obligados a abandonar sus territorios en los últimos años. |
Por una cuesta lodosa y estrecha avanza un grupo de hombres, mujeres y niños con sacos llenos de arena a su espalda. Son todos indígenas awá, desplazados por el
conflicto interno colombiano, que están intentando construir
–literalmente- una nueva vida.
La violencia les obligó a abandonar
sus montañas ancestrales para asentarse en 127 hectáreas de terreno,
cedidas por el Estado, ubicadas a unos cuantos minutos del casco urbano
de Ricaurte, en el suroccidental departamento de Nariño.
Estamos a medio camino entre la frontera con
Ecuador y el Océano Pacífico, en un territorio clave para las guerrillas
de las FARC y el ELN, así como para las bandas criminales de origen
paramilitar que se dedican al narcotráfico.
Por aquí circulan drogas, armas y cada vez más hombres armados.
El ejército ha reforzado su presencia en la zona
y, como suele suceder en Colombia, el escalamiento del conflicto ha
afectado particularmente a las comunidades indígenas.
"Los enfrentamientos son graves. Sentimos temor a
pérdidas humanas, a pérdidas materiales. Por ese mismo motivo nos ha
tocado abandonar nuestro territorio", explica Carlos Ortiz, el
vicegobernador suplente de la incipiente comunidad de El Edén-Cartagena,
integrada por unas 150 familias awá llegadas de diferentes resguardos.
Desplazados, asesinados
Varios de los futuros pobladores de El
Edén-Cartagena se vieron obligadas a abandonar sus hogares en 2004,
víctimas indirectas del final del proceso de paz, dos años antes.
El fin de las negociaciones resultó en el cierre
de la zona de distensión de San Vicente del Caguán y en el consiguiente
aumento de la presencia de las FARC en el departamento de Nariño.
Y, desde entonces, el éxodo no ha parado. Los awá desplazados por el conflicto en la
última década ya suman más de 3.000; prácticamente uno de cada diez se
han visto obligados a abandonar sus hogares.
Sus líderes han sido asesinados, sus territorios sembrados de minas antipersonales.
Sólo en 2009 se reportaron tres masacres que dejaron un total de 33 muertos, por las que los awá clic
responsabilizan a las FARC, los paramilitares y las mismas fuerzas armadas.
Por eso clic
los awá ocupan un lugar destacado en la lista de 35 pueblos
indígenas en riesgo de extinción a causa del conflicto y el
desplazamiento elaborada por la Corte Constitucional ya hace algunos
años.
Territorios en disputa
Como los Nukak Maku en Guaviare, los Hitnu en Arauca, clic
los Nasa en Cauca y los Embera en Chocó, los awá son víctimas
del valor estratégico de sus territorios para guerrilleros y
narcotraficantes, pero también del interés que suscitan sus recursos
naturales.
En peligro de extinción
Según el gobierno colombiano en el
país hay 87 pueblos originarios, aunque para la Organización Indígena de
Colombia en realidad existen 102.
Y, según la Corte Constitucional, hay 35 pueblos indígenas en claro peligro de extinción por causa del conflicto y el desplazamiento.
Los pueblos mencionados por la Corte en los autos 004 de 2009 y 382 de 2010 son los Wiwa, Kankuamo, Arhuaco, Kogui, Wayúu, Embera-Katío, Embera-Dobidá, Embera-Chamí, Wounaan, Awá, Nasa, Pijao, Koreguaje, Kofán, Siona, Betoy, Sicuani, Nukak-Makú, Guayabero, U’wa, Chimila, Yukpa, Kuna, Eperara-Siapidaara, Guambiano, Zenú, Yanacona, Kokonuko, Totoró, Huitoto, Inga, Kamentzá, Kichwa y Kuiva.
Y, según la Corte Constitucional, hay 35 pueblos indígenas en claro peligro de extinción por causa del conflicto y el desplazamiento.
Los pueblos mencionados por la Corte en los autos 004 de 2009 y 382 de 2010 son los Wiwa, Kankuamo, Arhuaco, Kogui, Wayúu, Embera-Katío, Embera-Dobidá, Embera-Chamí, Wounaan, Awá, Nasa, Pijao, Koreguaje, Kofán, Siona, Betoy, Sicuani, Nukak-Makú, Guayabero, U’wa, Chimila, Yukpa, Kuna, Eperara-Siapidaara, Guambiano, Zenú, Yanacona, Kokonuko, Totoró, Huitoto, Inga, Kamentzá, Kichwa y Kuiva.
La tierra es el primero de esos recursos. De
hecho, los awá empezaron a organizarse hace16 años para resistir la
invasión de sus tierras por parte de empresas dedicadas a la plantación
de palma africana.
"Pero últimamente también miramos la minería (de
oro) que se nos está llegando", explica Rider Paí, uno de los
directivos de la organización Unidad Indígena del Pueblo Awá, UNIPA,
creada en 1985.
Aquí el oro todavía es sólo una promesa y su
posible explotación aún no atrae a las grandes multinacionales mineras
como en el Chocó, donde las excavadoras no sólo han puesto en peligro un
valioso ecosistema sino también las prácticas ancestrales de los
Embera, expulsados de varios de sus territorios sagrados.
Y Nariño no parece ser una región rica en
petróleo, lo que se ha convertido en un problema para tribus como lo
U’Wa, que viven dispersos en los departamentos de Arauca, Casanare,
Santander, Norte de Santander y Boyacá.
La dinámica, sin embargo, es siempre la misma:
por una razón u otra, los territorios indígenas se vuelven objeto de
disputa y ellos terminan siendo expulsados o quedan atrapados entre dos
fuegos.
Según la oficina del Agencia de Naciones Unidas
para los Refugiados, ACNUR, aproximadamente el 2% de todos los
desplazados colombianos pertenecen a alguna etnia indígena. Lejos de su hábitat natural están especialmente expuestos al hambre y las enfermedades. Separados de sus tierras tiene dificultades para mantener sus prácticas ancestrales.
La "gente de la montaña"
Para los awá, que en su idioma se llaman a sí mismos "la gente de la montaña", esta separación ha sido particularmente dolorosa. Y el llamado de la montaña es tan fuerte que
muchos se resisten a abandonar sus territorios a pesar de la presencia
de los grupos armados.
Las minas antipersonales con las que las FARC
intentan evitar los avances del ejército, sin embargo, han terminado por
atrapar a esos awá en sus propias casas.
Los territorios de los awá ahora están sembrados de minas antipersonales. Siete personas, incluyendo niños, han muerto por causa de estas minas durante los últimos dos años. "Pero si ellos no minaran, no dejaríamos nuestro
territorio", afirma José Chingal, quien tuvo que dejar su hogar en el
resguardo de Magüí para trasladarse a La Primavera, un caserío ubicado
cerca de la carretera que conecta a Pasto con Tumaco.
"Es que el indio sin tierra no es indio",
explica Carlos Ortiz, también originario de Magüí, mientras relata los
años de gestiones necesarias para obtener la cesión del pedazo de tierra
en El Edén-Cartagena en el que están intentando crear un nuevo
resguardo.
"En los resguardos, uno lo tiene todo, no hay
necesidad de comprar nada. Si uno apenas viene es a comparar la sal,
algo. Aquí toca todo al rebusque, lo duro es conseguir un trabajo, todo
es a punta de jornales", cuenta.
Ahora, por lo menos, tienen algo de tierra para sembrar plátano y caña. También hay planes de sembrar frutas y
hortalizas y de impulsar pequeños proyectos productivos como un pequeño
trapiche en el que producir panela. Y la arena que transportaba la gente que nos
encontramos en el camino está destinada a la construcción de una corral
para pollos de engorde y otro para gallinas ponedoras.
Se trata, sin embargo, de una nueva experiencia
para los miembros de esta tribu seminómada de cazadores-recolectores que
viven desperdigados en los departamentos colombianos de Nariño y
Putumayo y, en menor medida, en las vecinas montañas ecuatorianas.
"Y nosotros no perdemos la esperanza de volver a
nuestro territorio, porque allá están nuestras raíces, allá esta
nuestra tierra, allá está todo", dice Ortiz.
"Pero pensamos que eso es a un largo plazo. No
podemos decir que eso es mañana, porque la situación no se ha mejorado,
(el conflicto) está vivo", admite, resignado.
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