Historia de la esclavitud
Uno de los libros más aplaudidos del año en curso parece ser The American Crucible: Slavery, Emancipation and Human Rights, de Robin Blackburn (Verso). Stephen Howe en The Independent, Kenneth Morgan en THE o Greg Grandin en The Guardian, entre otros, lo han saludado efusivamente. Uno de los últimos ha sido Eric Foner en The Nation, que da cuenta así de su llegada al otro lado del Atlántico. Leamos sus primeros párrafos:
“La primavera pasada, los espectadores de televisión del Reino Unido fueron invitados a ver los seis capítulos de una serie titulada Civilización, sobre la subida (y posible caída, si China sigue así) de Occidente, conducida por el historiador Niall Ferguson. La serie ofrece una versión muy reduccionista de la historia, identificando a “Occidente” con cualidades tales como la competencia, la investigación científica y el imperio de la ley, y denigrando a las sociedades de Asia a Oriente Medio y América Latina por su falta de estas virtudes. En efecto, proporciona un pasado utilizable para los que ven el mundo como dividido por un choque de civilizaciones.
Un episodio exploraba por qué, después de la independencia, los
Estados Unidos siguieron adelante económicamente, mientras que las
naciones de América Latina se estancaron. En un giro inusual, Ferguson
eligió Carolina del Sur, un Estado gobernado por una muy compacta
oligarquía de plantadores, como un modelo de democracia jeffersoniana
que descansaba sobre la pequeña propiedad, en contraste con las
sociedades autocráticas del sur de la frontera, organizadas en torno a
grandes latifundios. Sólo después de los primeros cuarenta y cinco
minutos de un programa de una hora de duración, Ferguson hizo mención a
la existencia de esclavos, la mayoría de la población de Carolina del
Sur. Cuando la esclavitud fue finalmente expuesta, se presentó no como
una característica crucial y estructural de la temprana sociedad
estadounidense, sino como un dilema moral, un “pecado original” expiado
con la elección de Barack Obama.
Entre las muchas virtudes de Robin Blackburn, The American Crucible es la demostración de que la esclavitud tiene que estar en el centro de cualquier relato del poder occidental. Sin la colonización del Nuevo Mundo, señala Blackburn al inicio, Occidente como lo conocemos no existiría y, sin la esclavitud, no habría habido colonización. Entre 1500 y 1820, los esclavos africanos constituyeron alrededor del 80 por ciento de los que cruzaron el Atlántico de este a oeste. Más que cualquier otra institución, la plantación de esclavos sustenta la extraordinaria expansión de las potencias occidentales y la prosperidad de la región en relación con el resto del mundo.
En dos libros anteriores, The Overthrow of Colonial Slavery (1988) y The Making of New World Slavery: From the Baroque to Modern
(1997), Blackburn traza la creación de la esclavitud en el Nuevo Mundo y
su abolición en los imperios británico, francés y español, llegando
hasta 1848. Estos trabajos hicieron de él uno de los estudiosos de la
esclavitud más reconocidos, una institución internacional. A continuación
Blackburn tomó un desvío para escribir dos volúmenes proféticos sobre
la crisis que se avecina en los fondos de pensiones, que de alguna
manera había escapado a la atención de los banqueros y las agencias de
calificación crediticia.
En parte, The American Crucible resume sus volúmenes
anteriores, pero va mucho más allá, utilizando estudios recientes para
ampliar sus argumentos anteriores sobre el ascenso y la caída de la
esclavitud y llevarlos hasta 1900. Explora la emancipación de los tres
mayores sistemas esclavistas del siglo XIX -los de los Estados Unidos,
Cuba y Brasil. El libro es un excelente ejemplo de una importante
tendencia en la reciente escritura de la historia: ir más allá de las
fronteras nacionales en favor de una historia atlántica o transnacional.
Sin embargo, Blackburn nos advierte de que, aunque el auge y la
abolición de la esclavitud fueron procesos internacionales, ocurrieron
dentro de “historias nacionales” y no siguieron un patrón ni un camino
únicos. Con su sofisticación teórica y una combinación de un amplio
enfoque internacional y una cuidadosa atención a las circunstancias
locales, The American Crucible se sitúa, junto al Inhuman Bondage de David Brion Davis, como una de las mejores historias breves de la ascensión y caída de la esclavitud moderna.
Blackburn hace hincapié en que lejos de ser estática, la esclavitud del Nuevo Mundo fue una institución en constante evolución, identificando tres amplias etapas de su historia. En la primera, datada entre 1500 y 1650, la esclavitud se centró en las colonias españolas, a pequeña escala y urbanas. Hacia 1630, la mitad de la población de las grandes ciudades coloniales como Lima, La Habana y Ciudad de México se componía de los esclavos africanos y sus descendientes. Pero en el campo, en las minas de plata y oro que enriquecieron a la corona española y en las haciendas gobernadas por poderosos colonos, la población indígena era la mayor parte de la mano de obra.
En ese momento, el imperio español carecía de un sistema de
plantación extensivo. Ese sistema desarrollado por primera vez en Brasil
y luego extendido rápidamente a las colonias británicas y francesas del
Caribe y de América del Norte, supuso la segunda época de la historia
de la esclavitud moderna (1650 a 1800). (…)
Durante esta segunda época, la esclavitud llegó a jugar un papel
central en las principales características del desarrollo económico
occidental -la propagación de las relaciones de mercado, la
industrialización y el surgimiento de una economía de consumo.
Examinando cuidadosamente el viejo debate sobre la relación entre la
esclavitud y la Revolución Industrial, Blackburn concluye que la gran
acumulación de capital derivada de la esclavitud fue una condición
necesaria pero no suficiente de la industrialización. (…)
En el siglo XIX, la esclavitud entró en su tercera etapa, plagada de
contradicciones. Durante las primeras cuatro décadas, Haití, nacida de
una revolución de esclavos, surgió como la segunda república
independiente del hemisferio, y el norte de Estados Unidos, las naciones
independientes de América Latina y el Imperio Británico comenzaron a
encaminarse hacia la abolición. Sin embargo, Blackburn advierte contra
la idea de un predestinado e “irresistible avance” hacia la
emancipación. A pesar de que la esclavitud murió en otros lugares,
prosperó en Brasil, Cuba y América del Sur. De hecho, en 1860, en
vísperas de la Guerra Civil Americana, residían muchos más esclavos
(alrededor de 6 millones) en el Hemisferio Occidental que nunca. Y los
productos cultivados por esclavos (azúcar de Cuba, café de Brasil,
algodón americano) jugaban un papel más importante que nunca en la nueva
economía de consumo masivo. (…)”
Y así concluye:
“A diferencia de los estudiosos previos, Blackburn sitúa la sublevación de los esclavos en Saint Domingue -la más rica de todas las colonias azucareras, que se convirtió en la nación de Haití- en el centro de la historia temprana de los derechos humanos. Los historiadores -señala- rara vez otorgan a la revolución haitiana la importancia que tiene. Hace medio siglo, R.R. Palmer escribió una aclamada obra en dos volúmenes, The Age of the Democratic Revolution, que apenas menciona a Haití. Últimamente, gracias en parte al bicentenario de la independencia de Haití en 2004, han aparecido diversos trabajos. A partir de esta literatura, Blackburn insiste en que los esclavos rebeldes impactaron profundamente sobre la cultura política atlántica y la conciencia de los derechos humanos. No sólo los acontecimientos de Saint Domingue inspiraron directamente el decreto francés de 1794 de abolición de la esclavitud (luego revertido por Napoleón); la decisión de la convención revolucionaria de dar asiento a delegados negros y mestizos de la isla marcó una sorprendente afirmación de que la Declaración de los Derechos del hombre se aplicaba a todos los ciudadanos franceses, independientemente de su color.
Irónicamente, si “Occidente” celebra la idea de la universalidad de
los derechos humanos como una de sus contribuciones específicas a la
civilización moderna, parte del crédito debe ir a los rebeldes de Haití,
en su mayoría esclavos de origen africano”.
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