Los orígenes cerebrales de la intención humana
“El sentimiento sobre su 
singularidad debe haber derivado de su capacidad para superponerse a la 
naturaleza, no del hecho de poseer pensamiento religioso, que lo que 
hacía era precisamente sumergirlo en la consciencia de que a pesar de 
poseer personalidad individual, formaba parte de un todo indisoluble..”
Cuando la actividad cerebral presente en
 el ser homínido que domina la técnica de forjar la piedra hace que las 
imágenes transfiguradas percibidas comiencen a formar parte cotidiana de
 su universo mental, la necesidad de socialización imperante en el seno 
del grupo va a interactuar con esta realidad neurofisiológica para 
impelerle a esforzarse en manifestar una intención cognitiva con la que 
capacitarse para transmitir la nueva realidad mental recreada en su 
mente.
Este esfuerzo derivado de su relación 
con el mundo meta sensorial va a estimular entonces los centros 
cerebrales que anatómicamente le facultarán para desarrollar un lenguaje
 articulado.
La intención hace su aparición en la 
psicología homínida a consecuencia del esfuerzo por transmitir 
conocimientos meta sensoriales, hecho que acabará por posicionar al ser 
dotado de esta nueva forma de inteligencia más allá del mundo dominado 
exclusivamente por los instintos.
Ello va a significar que al revestir sus
 actos de intención, y no solo de instinto, el ser homínido incida 
decididamente en el camino de su lenta separación del mundo animal. La 
intención pasa entonces a constituirse en el signo invisible que 
determinará la esencia misma de su voluntad.
El conocimiento de lo meta sensorial se transmite en la forma de una 
memoria ontológica que irá dominando y condicionando generación tras 
generación la psicología de los distintos grupos homínidos, hasta el 
punto en que el pensamiento religioso llegue a constituir un elemento 
socializador inseparable del ser que con el tiempo acabará alcanzando su
 plena humanidad.
El pensamiento religioso se manifiesta en la forma de rituales 
que constituyen expresiones de la intención que guía su vida, resultando
 que el mundo de los instintos que conforma su psicología animal, 
convive en su mente con el mundo de las intenciones profundas que 
empieza a conformarse en ella como una psicología paralela.
La intención que impulsa al ser dotado de esta facultad irá moldeando
 su mundo, y asentando las premisas sobre las que habrán de edificarse 
las futuras construcciones históricas que acabarán siendo asociadas a la
 naturaleza humana. Pero esta intención que habrá de conducirle hacia su
 plena humanidad no dejará nunca de coexistir con su instinto animal.
Esta facultad que nace a consecuencia de
 la necesidad de socializar el universo meta sensorial que hasta 
entonces solo interioriza en su mente, va a conformar un signo 
característico de la inteligencia humana..., el de la capacidad de 
ocultar el verdadero propósito de nuestras acciones y engañar con ello a
 nuestros congéneres..
El modo en que el surgimiento de la intención va a repercutir en
 la naturaleza humana se manifestará en el desarrollo de la auto 
conciencia, y por lo tanto en el de la individualidad, que se ve 
favorecida por el desarrollo de un conocimiento íntimo que en última 
instancia solo atañe al portador de la misma..
La visualización de imágenes transfiguradas se va transmutando en 
pensamiento religioso en la medida en que esta interactúa con la 
intención cognitiva para transmitirlas y socializar al grupo, incidiendo
 de tal modo en su individualidad..., pero no aún en la consciencia 
sobre su singularidad.
La conciencia sobre la individualidad diluye lo múltiple en lo 
indivisible, pero no hace que el ser dotado de intención profunda en sus
 actos se sienta especial respecto al resto de animales con los que 
convive, pues su inteligencia le hace concebir seres sin forma poblando 
todas las cosas de la naturaleza.
Su latente memoria ontológica le hace sentirse conectado a la 
realidad transcendente que su cerebro ha recreado, y ese sentimiento de 
conexión es el responsable de que conciba su individualidad como un ente
 que aunque personalizado, se encuentra unido a un todo que abarca la 
naturaleza en su conjunto.
Su individualidad se manifiesta en las 
facultades de sus sentidos naturales, pero su inteligencia la concibe 
proveniente de la realidad paralela situada más allá de sus limitaciones
 sensoriales.
En un tiempo ignoto, la inteligencia y la espiritualidad que 
distinguían a los homínidos podían constituir facultades que desde su 
percepción se superponían la una a la otra, por lo que no había 
establecida diferenciación entre capacidad científica y pensamiento 
religioso.
Los homínidos que vivían fusionados
 con la naturaleza concebían una realidad poblada por seres y cosas que 
estaban habitadas por formas invisibles, tal como a si mismos se 
consideraban. Esta creencia les imposibilitaba entonces para reconocerse
 a si mismos como seres extraordinarios dotados de una singularidad 
única como especie en el mundo.
Si el hecho de sentirse habitado por un 
ser invisible hubiera sido la condición para discernir acerca de que en 
ello habría de residir la razón para considerarlo consciente de su 
singularidad en la naturaleza, no tendrían lógica que también hubiese 
discernido la mente homínida acerca de que tales seres invisibles debían
 poblar también la montaña, el árbol, el cuerpo celeste, o el animal..
El sentimiento sobre su singularidad 
debe haber derivado de su capacidad para superponerse a la naturaleza, 
no del hecho de poseer pensamiento religioso, que lo que hacía era 
precisamente sumergirlo en la consciencia de que a pesar de poseer 
personalidad individual, formaba parte de un todo indisoluble..
Pero ocurrió que en un momento de su 
devenir por el mundo, el homínido que se topó con el fuego encontró la 
forma de controlarlo.
El fuego no incidió en modo alguno en 
nuestro despertar a la consciencia transcendente, tal como algunas 
teorías acerca de la aparición de la religión sugieren, pues esta estaba
 ya despierta cuando el homínido logró dominarlo. Lo que este hecho 
supuso realmente para el ser que en un tiempo ignoto evolucionaría en el
 homo sapiens sapiens, fue el despertar a la consciencia de que
 con el conocimiento del control del fuego en sus manos podría llegar a 
dominar la naturaleza circundante.
Dotado de esta poderosa facultad, la 
mente homínida encontró la forma de imponerse a su entorno, y con ello 
la necesidad de dominio comenzó a formar parte de nuestras prioridades 
cerebrales.
El pensamiento religioso que hacía 
sentir a su poseedor que formaba parte de un todo con la naturaleza, se 
contaminó con el deseo de dominio que se fue desarrollando a partir del 
control del fuego, y ambos pasaron a fusionarse y confundirse en una 
única dinámica intencional que en el transcurso de nuestra evolución a 
pasado a formar parte de la información subyacente en nuestra memoria 
genética.
En el tiempo presente
El ser humano moderno ha erguido 
históricamente estructuras geopolíticas edificadas sobre las premisas de
 la necesidad de controlar el poder, legitimación del ejercicio de la 
violencia desde este, y favorecimiento de la acumulación de riquezas 
como supuesta necesidad intrínseca del ser humano.
Premisas todas ellas antagónicas con el 
espíritu de solidaridad natural que debiera presidir las relaciones 
interhumanas, y de los seres humanos con el mundo que le rodea.
En un mundo fuertemente jerarquizado y 
dominado por una humanidad depredadora que ha justificado su actividad 
destructiva en la supuesta naturaleza humana, hemos reflejado nuestros 
deseos egoístas en las estructuras políticas y económicas que rigen 
nuestras vidas, confundiendo los mismos con nuestra naturaleza 
primordial.
La sociedad de cooperación por los que 
muchos espíritus críticos con la injusticia imperante abogan, no podrá 
edificarse sobre el hedor de las premisas vigentes. Por ello se hace 
imprescindible redirigir nuestras prioridades cerebrales hacia una 
dimensión mental donde se prescinda de la necesidad de ejercer el poder,
 legitimar la violencia desde este, y de acumular riquezas en el sentido
 capitalista.
La deconstrucción del orden bancario y 
geopolítico vigente debiera ir encaminado a la consecución de este 
objetivo, a fin de que a partir de ello podamos redimensionar nuestras 
prioridades.
Este nuevo enfoque mental necesita de 
una contrapartida en una propuesta tangible de otra forma de 
organización social, puesto que cambio de prioridades cerebrales y de 
organización político-económica resultan elementos inseparables.
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