La tradición oral: los palabreros.
"En
África, cuando un viejo muere, arde una biblioteca"
Proverbio
africano.
Donde
quiera que haya seres humanos, tendrán un lenguaje. Pero el lenguaje
es tan abrumadoramente oral que, de entre las muchas miles de lenguas
habladas en el curso de la historia del hombre, la mayoría de ellas
no han llegado nunca a la escritura. La primera grafía apareció por
primera vez entre los sumerios en Mesopotamia apenas
alrededor del año 3500 a. de c. En realidad, la primera palabra
registrada que significa “libertad” es la sumeria “amargi”
que quiere decir libre de deudas. Literalmente, amargi, quiere decir
“volver con la madre” porque una vez que se había cancelado las
servidumbres por deuda, los peones esclavos podían volver a su casa.
Antes de eso, el lenguaje era otro, y en algunas sociedades continúa
siéndolo.
Las
personas no analfabetas sólo con gran dificultad pueden imaginarse
cómo es una cultura oral. Para cualquiera que tiene una idea de lo
que son las palabras en esta cultura, no resulta sorprendente que el
término hebreo "dabar" signifique "palabra" y
"suceso", porque entre los pueblos orales la lengua no es
sólo una transcripción del pensamiento, sino de acción. Tampoco resulta sorprendente que los pueblos
orales por lo común consideren que las palabras poseen un gran
poder. Por eso, consideran que los
nombres (una clase de palabras) no es sólo una etiqueta, sino que confieren poder a las cosas, les
dotan de ciertas características que el nombre mismo describe. Por eso, en muchas culturas faltar a la palabra es como faltar al alma.
El
poder de la palabra resalta también en las funciones de un jefe:
"Por
naturaleza, la sociedad primitiva sabe que la violencia es la esencia
del poder. Al constreñir al jefe a moverse solamente en el elemento
de la palabra, es decir, en el extremo opuesto del poder y de la
violencia, la tribu se asegura de que todo quede en su lugar"
Pierre
Clastres, antropólogo.
Además,
la palabra hablada hace que los seres humanos formen grupos
estrechamente unidos. Cuando un orador se dirige a un público, sus
oyentes forman una unidad. La escritura y lo impreso lo aíslan en un
mundo privado de lectura. Por eso, la palabra hablada es parte ritual
de las religiones.
Pero
la tradición oral no se limita a cuentos y leyendas o relatos
míticos e históricos. La tradición oral es la escuela de la vida:
es religión, historia, recreación y diversión. En lugares del mundo donde sus gentes no tuvieron o no tienen acceso a la escritura, muchas de sus sabidurías
permanecen en la memoria y se han expresado en mitos, cuentos y
cantos o en narraciones épicas. Fueron entendidas por el término
"folklore" como un subtérmino de "cultura", pero la antropología trata de dar la
palabra a quienes no tienen voz para rescatar del pasado la
experiencia de mayorías silenciosas o silenciadas. Hoy todavía hay
grupos hábiles en la retórica.
Los
inuit dicen que cuando los cuentacuentos hablan, las plantas dejan de crecer y los pájaros se olvidan de
alimentar a sus polluelos. Por eso, los cuentacuentos sólo pueden
contar mientras la nieve cae. Además, con las historias personales
también son muy cautelosos, como si tuvieran una especie de derechos
de autor. Contar la historia creada por otro es una suerte de
violación. Se puede pedir permiso o incluso comprar la historia para
contarla: cuanto mejor sea la historia, más se pedirá por ella.
Un
griot o jeli (djeli o djéli en francés) es, actualmente, un
narrador de historias de África Occidental y están presentes entre los pueblos mandé, fule, hausa, songhai,
tukulóor, wolof, serer, mossi, dagomba, árabes mauritanos y
multitud de otros grupos más pequeños.. Un griot es un depósito
de tradición oral aunque también pueden utilizar su habilidad vocal
también para contar chismorreos, sátiras o hacer comentarios
políticos.
Los griots forman una casta
endogámica, es decir, la mayor parte de ellos solo contrae
matrimonio con otros griots. En las lenguas africanas, los griots son
conocidos mediante un sinnúmero de nombres: jeli, jali, guewel,
gawlo... El término mandé jeliya (traducido como "habilidad
musical") se utiliza a veces en el ámbitos de los griots,
indicando la naturaleza hereditaria de esta habilidad. Jali viene de
la palabra jali o djali (sangre).
En
Turquía, el meddahlik es una forma de arte dramático turco
interpretado por un actor único, el meddah. Históricamente, los
meddah se destinaban no sólo a distraer, sino también a instruir y
educar al público, una población a menudo analfabeta. El meddah
elige los cantos y los relatos cómicos entre un repertorio de
historias, leyendas y epopeyas populares, adaptándolos al lugar y al
público. Pero la calidad de su espectáculo depende de la relación
que se crea entre el narrador y los espectadores. Sus críticas
sociales y políticas solían provocar discusiones animadas sobre
temas de actualidad. La juglaría perdura también en Turquía
gracias a los juglares ambulantes llamados âsiks que rasguean un
instrumento de cuerdas llamado saz.
El
Naqqali es la forma más antigua de representación teatral en la
República Islámica del Irán. El narrador, denominado naqqal,
recita historias en verso o en prosa con gestos y movimientos. A
veces, los relatos se acompañan con música instrumental y se
ilustran con rollos de tela pintados. La función del naqqal es
divertir al público y transmitir la literatura y cultura persas.
Debe conocer las expresiones culturales, lenguas, dialectos y músicas
tradicionales de su región. Las mujeres naqqal actúan ante
públicos de ambos sexos.
El
arte narrativo Yimakan es un elemento esencial de la minoría étnica
hezhen de China, que vive en el nordeste de China. Recitadas en verso
y prosa en la lengua de esta etnia, versan en alianzas y batallas
tribales, incluidas las victorias de los héroes hezhen contra
monstruos e invasores. Como los hezhen carecen de un sistema de
escritura, el Yimakan desempeña un papel fundamental en la
conservación su lengua materna, religión, creencias, folclore y
costumbres, así como la identidad e integridad territorial.
La
comunidad de los wayuus está asentada en la Península de La
Guajira, situada entre Colombia y Venezuela. Los pütchipü’üis o
“palabreros” son personas experimentadas en la solución de
conflictos y desavenencias entre los clanes matrilineales de los
wayuus. Cuando surge un litigio, las dos partes en conflicto, los
ofensores y los ofendidos, solicitan la intervención de un
pütchipü’üi. Si la palabra –pütchikalü– se acepta, se
entabla el diálogo en presencia del pütchipü’üi que actúa con
diplomacia, cautela y lucidez. El sistema de compensación recurre a
símbolos, representados esencialmente por la oferta de collares
confeccionados con piedras preciosas o el sacrificio de vacas, ovejas
y cabras. Incluso los crímenes más graves pueden ser objeto de
compensaciones, que se ofrecen en el transcurso de ceremonias
especiales a las que se invita a las familias en conflicto para
restablecer la armonía social mediante la reconciliación. Según el
Director del Observatorio del Caribe y antropólogo wayúu, Wilder
Guerra Curvelo, el sistema normativo de los Wayúu, no busca
encarcelar o castigar al agresor, visto como individuo aislado, sino
recuperar el tejido social afectado por las querellas. Es justicia
restaurativa y no punitiva.
Fatima
Mernissi cuenta que la decadencia de los árabes comenzó cuando empezaron a descuidar el arte de la
comunicación, de la discusión y de las palabras. El último califa,
Al Mutadid, era un mal comunicador que ni siquiera sabía hacer un
sermón correcto los viernes, el día de la semana en que los califas
aparecían públicamente ante la comunidad para demostrar que sabían
utilizar tanto la pluma o la palabra (qalam) como la espada (sayf)
Los poetas hacían bromas sobre él y los eruditos opinaban "el
imán no sabe hablar, no ha sido capaz de explicar claramente lo que
está prohibido y lo que está permitido"
Ese año, el pregonero
anunció a la población de La Paz (que es como se conocía a Bagdad)
que los cuentistas, los propagandistas de sectas, los astrólogos y
agentes similares no podían actuar en las mezquitas ni en las
calles. También quedaba prohibido vender o intercambiar libros sobre
retórica, filosofía griega o el arte del diálogo y la discusión.
Hasta que en 1258 apareció un monstruo en la frontera de Bagdad, el
hijo de Gengis Khan, que saqueó Bagdad de una manera terrorífica.
No hubo pluma, ni palabra, sólo muerte.
Fuentes:
"Oralidad
y escritura. Tecnologías de la palabra". Walter J. Ong.
"Un
libro para la paz". Fatima Mernissi.
"Memorias del Ártico: mi vida con los inuit" de James Houston.
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