EL ÁMBITO DE LAS CONTRADICCIONESLa universidad y el silencioTalCual
Los sueldos de los profesores universitarios son famélicos.
MIGUEL ÁNGEL LATOUCHE
Uno pudiera decir que los docentes universitarios pertenecen a una nueva clase de explotados. ¿Sabía usted que el sueldo de un profesor instructor a tiempo completo es casi equivalente al salario mínimo? Me impresiona mucho el contraste entre el bolsillo de quienes tienen bajo su responsabilidad la formación de las generaciones futuras y la obesidad revolucionaria. La estética de nuestro funcionario público oficial incorpora algunos buenos kilos de más. La buena y opípara mesa no se contradice con la revolución. Entiéndaseme bien, no tengo problema con el buen comer y el buen beber, lo que digo es que sería bueno que otros lo pudiéramos hacer de manera equivalente. 14 años después nos encontramos con que hay unos que son más iguales que otros, con que hay unos que disfrutan de las mieles del poder y otros que no, con que hay una nueva raza de excluidos, de no iniciados. Hay quienes andan por allí diciendo "solo nosotros somos gente".
Los profesores, por ejemplo, ya no tenemos ni para comprar libros, no se trata solo de las dificultades editoriales de un país sometido al control cambiario, sino sobre todo a la reducción del poder adquisitivo de quienes alguna vez decidieron que su estilo de vida estaría ligado a la investigación y a la lectura. No es casual, yo creo, que Liboria y algunas otras librerías de interés estén cerrando sus puertas. Es de esperar, a fin de cuentas, que en un país empobrecido la gente simplemente gaste menos dinero en libros.
Allí donde una serie importante de necesidades básicas se resuelven por vía de un esfuerzo de explotación autoimpuesto (hablo de los profesores que se redoblan, que trabajan jornadas interminables, que dan clases en cuanto instituto o universidad pueden), es claro que la gente deje de realizar actividades de recreación, es claro que la gente limite las horas de lectura.
En general, la sociedad tiene expectativas muy altas en relación a los profesores de la Universidad. Se les solicita que mantengan un comportamiento ético, que sean incuestionables en sus actuaciones, que estén bien preparados, que sus reflexiones sean intelectualmente adecuadas, que sean respetuosos, que lleguen a tiempo, que cumplan con los programas, que se actualicen. Todo esto y mucho más deben ser y hacer los profesores universitarios. Cuando asumen la cátedra, asumen una investidura que va más allá de ellos mismos, asumen determinadas responsabilidades de carácter público, asumen la posibilidad de forjar el pensamiento, de construir el futuro del país.
Uno se pregunta entonces, cómo es que la universidad, en un país como este, con un presupuesto como este, se encuentra tan maltratada por las diversas instancias de lo público. La universidad no es nada sin pensamiento crítico, la universidad no vale nada sin la posibilidad de disentir. Una universidad plegada al mandato del gobierno, cualquiera que este sea, es poco más que un liceo grandote y con muchos alumnos. ¿Alguien puede explicar las razones para que los presupuestos de las universidades sean deficitarios, de la manera en que lo son? ¿Cómo es que el Ministerio de Educación Universitaria, por vía de la resolución 3.147, reduce el acceso a divisas para las carreras humanísticas, para las ciencias sociales, para todo aquello que representa la posibilidad del pensamiento liberador? Son los dramas de esta nueva tecnocracia burocratizada.
CÁLLESE LA BOCA ¡Ah! Impresiona cómo nos movemos en el ámbito de las contradicciones. Mientras los profesores protestan por incrementos en sus sueldos, algunos estudiantes amenazan con levantar informes para llevarlos a la Defensoría del Pueblo y a la Fiscalía con la finalidad de que los docentes sean sancionados. Los profesores violan el derecho al estudio, nos dicen. Los más osados acusan a los catedráticos de responder a razones inconfesables, de defender intereses foráneos, de intentos de desestabilización. Se trata, claramente, de una forma de criminalización de la protesta. Se trata de la imposición de unos criterios de verdad individualizados. Se trata de la invisibilización del otro, dentro de la lógica perversa que nos divide entre amigos y enemigos.
Estoy de acuerdo en que en este caso existen derechos en conflicto. Los estudiantes tienen derecho a estudiar, deben existir garantías al respecto.
Esas garantías se construyen desde la misma universidad, propiciando las condiciones adecuadas para el proceso académico y la calidad de su cuerpo docente, pero también se construyen desde el Estado, financiando adecuadamente aquellas cosas que le toca financiar. Los docentes, por su parte, tienen derecho a protestar y así lo establecen nuestra Constitución. No se le puede pedir a un profesor que recibe un sueldo injusto, insuficiente, inadecuado que no proteste a favor de las reivindicaciones que considera justas. No se puede exigir a una institución construida para el pensamiento que deje de pensar, que deje de darse cuenta, que se haga de la vista gorda, que se quede calladita. La universidad no está hecha para el silencio y la complacencia, si lo fuera no sería universidad.
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Nashla Báez
Tesista de la Escuela de Antropología UCV
Pasante del Programa de Cooperación Interfacultades UCV
Co-Fundadora del grupo de Extensión Más Antropología
Twitter: @NashlaBaez
@PCI_UCV
@MasAntropologia
@TripeateCcs
Skype: nashlabaez
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