¿Las redes sociales nos hacen culturalmente más estupidos?
In -Gestión cultural on agosto 31, 2011 at 12:32
Pero la comunidad escritora emplea sin complejos las redes
sociales como un canal en el que difundir su trabajo, fomentar las
relaciones con otros autores e intercambiar impresiones con los
lectores.
La publicación, hace unos meses, de Superficiales (¿Qué está
haciendo nuestra mente con internet) dio forma a lo que mucha gente
empezaba a preguntarse, no sin preocupación. ¿Nos está convirtiendo
internet en estúpidos? ¿Nos aleja del pensamiento elaborado? ¿Su
configuración fragmentaria nos impide centrar la atención en los textos
largos de los libros tradicionales? ¿Las redes sociales, Facebook,
Twitter, Tuenti, los blogs, están matando el placer de la lectura?
Del libro de Nicholas Carr, editado por Taurus, la crítica dijo cosas
como esta: «Absorbente y perturbador. Todos bromeamos sobre cómo
internet nos está convirtiendo, y especialmente a nuestros hijos, en
cabezas de chorlito acelerados incapaces de meditaciones profundas. No
es ninguna broma, insiste Carr, y a mí me ha convencido» (John Horgan,
Wall Street Journal).
Frente a estas prevenciones quién sabe si demasiado alarmistas
(cuando se empezó a usar el tren, fueron muchos quienes decían que el
cuerpo humano no aguantaría esas vertiginosas velocidades, de unos 40
km/h), hay una grieta, un hueco, por el que se cuela la literatura. Y
por ese estrecho espacio pasan autores de todas las edades, como la
poeta Luna Miguel (Almería, 1990) que escribe pequeños textos (estados,
aunque también se emplea la palabra post) como este:
«Pienso en: Anne Sexton, Marina Tsvetaieva, Sor Juana Inés de la Cruz, Alejandra Pizarnik, Ingeborg Bachmann, Olvido García Valdés, Maite Dono, Chantal Maillard, Jeannette Clariond, Sharon Olds, Dorothea Lasky, Miriam Reyes, Ana Gorría, Louise Glück, Amalia Bautista, Gertrud Kolmar, Blanca Varela, Natalia Litvinova, Ruth Llana, Olga Orozco, Sylvia Plath, Carolina Coronado, Gioconda Belli, Fatena Al-Gurra…»
Una grieta por la que pasa la literatura o, al menos, las referencias
a la literatura, en un signo que indica que la escritura no ha muerto, y
que a través de redes sociales como Facebook se mantiene viva.
Intercambio de impresiones, sugerencias sobre autores nuevos,
invitaciones a lecturas poéticas, presentaciones de libros, reseñas,
críticas, enlaces a blogs… La literatura no vive ajena a Facebook, como
los escritores tampoco han querido dar la espalda a esta nueva
herramienta, como plataforma de promoción, pero también como modo de
informarse de las últimas tendencias y estar en contacto con otros
escritores. Es lo que tiene de social la red, aunque sea a través de una
pantalla.
Escribir en la red
Facebook y Twitter copan el universo de la red. En ellas cabe todo y
caben todos, aunque también empiezan a surgir nuevas redes sociales
especializadas en temáticas concretas, y la literatura no es una
excepción. Algunas de ellas son Urbis, para gente creativa y gente que
apoya a la gente creativa; Quiero Que Me Leas, para leer y ser leído y
Literativa, que se define como «una red social de escritura no lineal
colaborativa». Una de las más activas es Netwriters, inaugurada a
finales de febrero, y que cuenta con bastantes autores o aficionados a
la literatura de la comunidad hispanoescribiente.
Excepto Literativa, la mayoría de estas plataformas tecnológicas
sirve más como medio de contacto entre escritores que como tabla de
creación en sí misma. Facebook, la red creada por Mark Zuckerberg, tiene
algo de cajón de sastre que ofrece destellos literarios. Los 1.845
amigos que tiene el poeta Carlos Marzal en su cuenta reciben cada día
un aforismo de cosecha propia del autor. «Los uniformes son disfraces
que casi nadie contempla seriamente en broma». O «Hace falta aprender el
zen de no enfadarse con los camareros».
¿Cómo usaría el padre de la greguería, esa metáfora + humor, Ramón
Gómez de la Serna, las redes sociales? «Tendría un iPhone y actualizaría
Facebook cada minuto», imagina Luna Miguel. El antólogo de Chéjov
comentado y escritor de relatos Sergi Bellver cree que Gómez de la
Serna se sentiría como «pez en el agua» en este medio, aunque advierte
que «este género de la escritura breve, la greguería, el microrrelato,
el haiku o el aforismo, rozan siempre la frontera entre el chiste malo y
el buen dardo». Se pregunta Bellver qué harían otros escritores de
largo aliento, como Kafka, Beckett o Calvino ante los 140 caracteres
que ofrece Twitter.
Vicente Luis Mora, poeta y crítico literario, no denosta las redes
sociales como tabla de ejercicio literario. Eso sí, siempre con la
brevedad como bandera. «Con siete palabras hizo Monterroso un cuento
inolvidable, y muchos aforismos célebres tienen menos de 140 caracteres.
Es un buen vehículo para transmitir contenidos breves, literarios o
no». Patxi Irurzun, narrador de cuentos pero que acaba de presentar su
novela ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!, cree que las redes son un
medio más adecuado para el tráfico de información y de opinión que de
literatura o ficción pura.
Autobombo
Es habitual en el gremio literario el uso del término autobombo
para referirse, con un punto de ironía, a la promoción que un autor hace
de su trabajo. Las reseñas, entrevistas y cualquier otra referencia en
los medios, colgada en los blogs eran hasta ahora el principal recurso
para dar visibilidad al trabajo de los escritores. Pero llegó Facebook y
esas posibilidades se multiplicaron, aunque buena parte del uso que se
da no es sino el de rebotador de las informaciones que se publican en
las bitácoras personales. Con un poco de imaginación, se pueden lograr
experiencias más dinámicas que fomenten la interacción entre el escritor
y el lector, mientras se promociona un título concreto. Lo sabe
Fernando Marías que acaba de abrir un grupo en la red también conocida
como caralibro para mantener informados a los lectores de las
actividades de su proyecto Los hijos de Mary Shelley. A las pocas
horas de crearse el grupo, ya había 200 usuarios interesados en esta
iniciativa literaria de amantes de la literatura fantástica y de terror.
Elvira Navarro, presente en FB, como todos los autores consultados
para este reportaje, defiende la red como modo de difundir la obra
personal. Esta escritora, una de las seleccionadas por la revista
Granta como una de las voces en español más talentosa de su
generación, considera que «la repetición de un mensaje [lanzado en las
redes sociales] es muy efectiva». Está el cansancio de ver la publicidad
con la que autores y editores promocionan su material, dice, pero
también el hecho de que ante «una oferta infinita», los títulos de los
que se habla son los que luego se recuerdan al ir a la librería.
Luna Miguel, que acaba de publicar Pensamientos estériles, reconoce
que está cansada de cierta gente que no sabe usar con propiedad las
redes, y que «dan literalmente el coñazo con su obra, como si FB fuera
un canal de publicidad, cosa que no es así». Es importante, matiza esta
adicta confesa a estas nuevas tecnologías, ser natural y hablar de lo
que uno le interesa, no solo del trabajo de cada uno las 24 horas del
día.
El cariño es real
De parecido modo piensa Sergi Bellver, que celebra la utilidad de
estas herramientas como modo de poner a los autores en contacto con
editores, críticos, libreros y, «sobre todo, con los lectores y con
otros autores». No obstante, es importante cierto arte en la gestión de
esa información. «La mejor ayuda, como en todo, es un buen trabajo. Las
cosas bien hechas y con verdad terminan por llegarle a la gente y ese
mecanismo se multiplica por diez en las redes sociales. Debiera
cumplirse una ética mínima de actuación en ellas: el escritor que las
utiliza de manera torpe o invasiva probablemente también será un pesado
fuera de las redes sociales».
En una vida que cada vez tiende a desdoblarse más entre la virtual y
la real, cabría preguntarse qué tipo de contactos, de relaciones, se
establecen a través de las redes. Si es un universo desgajado de la
sociedad o un apéndice del trato humano que luego se traduce en un
contacto tradicional, cara a cara, físico. «Sin red social, no soy
social», confiesa Luna Miguel.
Pablo Gonz, autor especializado en microrrelato, no considera que,
como se suele decir a menudo, las redes sociales creen adicción, pero sí
que desprenden cariño. «Todas las personas normales son adictas al
cariño y estas herramientas sirven para establecer lazos en una
circunstancia social que impide o dificulta los modos tradicionales de
establecerlos», considera Gonz. Sabe de lo que habla, puesto que este
escritor cosmopolita reside desde hace diez años cerca de Punucapa, un
pueblito en el corazón de Chile. Allí compró un pedazo de bosque nativo,
amenazado por la industria forestal, y se dedica a cuidarlo como mejor
sabe, viviendo en él. No se instaló en ese rincón remoto para alejarse
del mundo, sino para vivir rodeado de naturaleza. Por medio de su blog y
de las redes sociales se dedica a comunicarse con personas de todo el
mundo, con el objetivo preciso de dar a conocer su literatura y, de
paso, cultivar lo que alguien llamó red de afectos.
El poeta navarro Francisco Javier Irazoki, parisino de adopción desde
hace casi veinte años, también se declara usuario activo de Facebook, y
no reniega del potencial humano que se esconde detrás de la pantalla,
donde señala que se llegan a crear verdaderas cofradías virtuales. «En
las relaciones sí me apetecen los beneficios de los avances técnicos»,
reconoce, destacando las posibilidades de contacto real que ofrecen las
redes, por encima de su utilidad como laboratorio creativo. «La
escritura es un trabajo de trapero», añade, parafraseando a Leonard
Cohen y quitando todo artificio posible al antiguo oficio de poner una
palabra delante de otra.
Ricardo Menéndez Salmón, padre de la celebrada La luz es más antigua
que el amor, también es un autor habitual de esta red-pública de las
letras y alerta sobre el simulacro que, en su opinión, predomina en
estos mentideros modernos. No cree que a través de estas herramientas se
puedan conseguir, por ejemplo, los amigos que no se han cosechado en el
mundo real. «Las redes son una manifestación evidente de la soledad
que nos rodea (y que nos aterra)», opina.
Puede que ahí resida el éxito de una plataforma que ideó un joven de
apenas veinte años, y que ahora prepara su salida a Bolsa por unos
100.000 millones de dólares.
FB vs. Twitter
Dicen los expertos que Twitter, creada por Jack Dorsey hace cinco
años, quiere ir convirtiéndose en una herramienta algo más «dócil».
Desde hace unas semanas, el usuario recibe en su correo electrónico las
menciones y los ‘retweets’ (textos que otros usuarios rebotan, por
considerar interesantes). Tiene fama de ser una red con aplicaciones
limitadas, una necesidad considerada virtud que se pone ahora en
entredicho. La supremacía de Facebook es incontestable, y cada vez
tiende más a aglutinar todos los contenidos, y hay quien cree que
incluso podría acabar con la web, es decir, que todos los contenidos de
internet se canalicen a través de ese medio. Suena, de momento,
exagerado, ya que una de las mayores utilidades de las redes es la de
hacer de impulsoras de contenidos, a través de los enlaces, pero rara
vez del contenido mismo. «Más del 70% de los tuits que leo son enlaces a
los blogs donde recibo la información citada. En 140 caracteres uno no
se puede extender, por lo que los blogs se están manteniendo gracias a
esos enlaces, y siguen muy pujantes», sostiene Vicente Luis Mora, autor
de la bitácora Diario de Lecturas, premiada por su labor en el campo de
la crítica literaria.
De los escritores consultados, son muchos los que se prodigan en
ambas plataformas, pero la mayoría se decanta por Facebook. Predomina la
idea de que esta última es más lúdica y Twitter más profesional, aunque
autores como Sergi Bellver descreen de esa etiqueta. Juan Aparicio
Belmonte es la excepción, y prefiere Twitter, que considera adictiva.
«Como dijo un gurú, Twitter es una herramienta sencilla para gente
compleja, y Facebook una herramienta compleja para gente sencilla»,
argumenta este narrador y profesor en Hotel Kafka, en apenas 135
caracteres.
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